Publicado el 6 de octubre de 2020.
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Abordar la obra y figura de Ricardo Palma parte de dos puntos imprescindibles. En primer lugar, es una identidad cultural para los peruanos, quienes han escuchado del escritor desde muy temprana edad, experiencia que no solo ha dependido de la experiencia de la lectura, sino también de la anécdota oral sazonada con ironía. El segundo punto: el prestigio de Palma no debería suscribirse únicamente al reconocimiento local. Este escritor es un gigante en la historia de las letras en español. A saber, Palma dominó a gusto en la narrativa latinoamericana del siglo XIX.
A lo dicho, sumemos una redundancia que como tal no incomoda: su proyecto mayor, Tradiciones peruanas, es un jet que sigue retumbando a regalada gana en la psiquis de la cultura peruana. Su actualidad es brutal en todos los aspectos en los que se pretenda reconocer cualquier peruano.

Pero en Palma existe también una dimensión cívica marcada por el desinterés personal y guiada por el bien común. Su labor al frente de la Biblioteca Nacional tras ser saqueada por las tropas chilenas entre febrero y junio de 1881 durante la Guerra del Pacífico, lo instauró en el imaginario peruano como el “bibliotecario mendigo”. No hay que olvidar que hasta antes de aquel conflicto, la Biblioteca Nacional tenía en sus anaqueles la mayor riqueza bibliográfica de América Latina, lo que no debería sorprender porque Perú fue el centro de la colonia española. Palma tuvo que nutrir de libros a la Biblioteca Nacional en lo que para muchos especialistas fue una tarea sacrificada y cuyos ecos sirven a la fecha de motivación a toda esa galaxia de mujeres y hombres que se dedican al noble oficio del cuidado y la restauración del patrimonio bibliográfico peruano.
En sus últimos años, Palma vivió en una casa miraflorina ubicada en la primera cuadra de la calle Belisario Suárez. Este no es un dato menor, porque tras la muerte del intelectual el 6 de octubre de 1919, este lugar al que cariñosamente llamaba “Mi ranchito”, experimentó un peculiar viaje hasta su consolidación como Casa Museo Ricardo Palma el 6 de octubre de 1969.
Por ello, es motivo de celebración la restauración de esta casa que ha llevado a cabo la Municipalidad de Miraflores, en lo que a todas luces es una apuesta por la cultura del actual alcalde Luis Molina Arles. Pero hay algunos datos adicionales a esta restauración, que no se ciñen solo al perfecto trabajo de ingeniería que ha respetado la esencia inicial de la casa, sino que su reestructuración viene de la mano de una modernización interna que no colisiona con los acabados de la época.
“Después de 50 años, la Casa Museo Ricardo Palma es restaurada. Palma es un símbolo para Miraflores y el Perú. Y con este espacio cultural proyectamos a la población el mayor interés del Palma: motivar el acercamiento a la lectura”, dice Guillermo Guedes, irredento palmista encargado del destino, el cuidado y la promoción de este espacio que por extrañas razones no había sido del todo atendido por anteriores gestiones ediles del distrito.

Guedes guía a CARETAS por los espacios de la casa museo, destacando cada uno de los objetos personales del tradicionista, como su escritorio, sus lentes, su reloj que pudo rescatar del saqueo chileno, del mismo modo el piano e incluso la tina en la que se bañaba. Hay pues una sensación múltiple que depara el recorrido, pensemos en el Palma íntimo y el Palma social. Sobre lo segundo, Guedes indica que “Palma es una presencia constante en Miraflores, muchos lugares del distrito llevan su nombre y miraflorinos y no miraflorinos sienten una conexión con su figura”. Razón no le falta a Guedes. De todas las presencias estelares de la cultura peruana, Palma está entre las que genera mayor consenso, tanto intelectual como emocional.
Para muestra, un botón con el fragmento de un reportaje de 1908 de la revista Siluetas, dirigida por F. Larrañaga y editada por M. Moral.
Se dice sobre Palma: “Es admirable cómo el activo director tiene tiempo para leerlo todo, responder hasta la más insignificante misiva y anotar un rápido y sintético juicio en muchas de las obras que le remiten sus amigos, los escritores de América. Y no hay títere literario que escriba en América, que no le envíe ejemplar con dedicatoria a Don Ricardo. Inmediatamente que recibe un libro, su primera operación es leerlo, la segunda es cedérselo a la Biblioteca y sellarlo ipso facto. (…) El señor Palma es un fumador empedernido: raro es el momento en que no está fumando o liando un pitillo. Fuma leyendo, fuma comiendo, conversando y hasta creemos que fuma durmiendo. (…) Es uno de los más amenos conversadores que hay en Lima. Con palabra fácil y sugestiva, que su mirada brillante y su gesto subrayan, aborda los temas con una gracia típica entre criolla y volteriana. Lo hemos oído hacer los juicios más interesantes y burlones, de los poetas glaucos y los chiflados modernistas”. Genial, ¿no?
“Nunca dudamos en seguir con el proyecto, nuestra gestión cree en el poder de la cultura como vínculo de integración, la cultura es un bien esencial”, dice el alcalde Luis Molina Arles, para quien la pandemia del Covid-19 no puso en cuestionamiento el plan de restauración y modernización de la casa en la que vivió Ricardo Palma.

Molina Arles enfatiza en que “se debería conocer más otra faceta de Palma, la de un patriota que defendió al Perú en los reductos de Miraflores e internacionalmente por el robo de libros de la Biblioteca Nacional, lo que le valió ser arrestado por los chilenos. Palma fue un hombre honesto que vivió de su trabajo y murió en esta casa alquilada después de ser reconstructor y director de la Biblioteca Nacional por 29 años”.
Más que un distrito comercial y turístico, Miraflores es uno impregnado de tradición cultural. En él han vivido intelectuales de la talla de Raúl Porras, Julio C. Tello (a quien Palma ayudó, como consta en un recuadro de la casa museo), Mario Vargas Llosa, Julio Ramón Ribeyro, Antonio Cisneros y otros nombres tutelares. Y en este selecto espectro, la presencia de Palma resulta esencial por una característica que debería empezar a subrayarse: la conexión de Palma con la gente. Aparte de los testimonios que refrendan esta impresión, que resaltan lo querido que era Palma por los vecinos miraflorinos de la época, está el legado que lo inmortaliza en el parnaso letrado: sus tradiciones.

Tradiciones peruanas transmite un hechizo radiactivo. No solo prevalece lo que cuenta el escritor, sino en cómo desmadeja la anécdota, la información, la pequeña gran historia, la impresión personal/colectiva. En la prosa de Palma es posible notar un ánimo confidencial, una especie de susurro, una predilección por el discurso no oficial, es decir, una preocupación por la riqueza cotidiana de la gente mediante el escrutinio en clave de ironía. Tradiciones, más allá de su calidad literaria, se impone como la historia no contada de los peruanos de a pie. Es por eso que la legitimidad intelectual y personal de Palma no se discute en ningún ámbito. Tradiciones sigue tan vigente como cuando se dio a conocer en 1872.
El alcalde miraflorino no tiene duda alguna sobre la actualidad de Palma: “Necesitamos que nuestros niños y jóvenes lean la obra de Palma, que es de lectura fácil y muy amena. En cada hogar peruano debería haber un libro de Tradiciones peruanas. Esta casa museo está llamada a ser un centro activo, en donde los visitantes no solo conozcan la manera en que vivió Palma, sino también accedan a su ejemplo cívico, porque Palma fue un intelectual de buena voluntad”.

La pandemia del Covid-19 ha confundido a algunas gestiones ediles de la capital, que no consideran a la cultura como una prioridad porque hay precisamente otras prioridades. En este sentido, la reestructuración de la Casa Museo Ricardo Palma es una luz que esperemos desatarante a las autoridades limeñas que tienen en el olvido y en el descuido a sus referentes culturales e intelectuales, a los que alaban en actos oficiales cuando en la práctica los tienen abandonados. Este espacio que estará al servicio de la comunidad es un gratificante ejemplo de lo contario.