Buena parte de mi infancia la viví en la cuadra 8 de la avenida Brasil, a pocos metros de lo que era el cine teatro Diamante, donde no solo se proyectaban las películas de estreno, sino también se realizaban conciertos y otras actividades artísticas y yo, todo el tiempo, veía entrar y salir a las estrellas nacionales e internacionales que iban a hacer alguna presentación. Quizás fue ahí donde se fue forjando mi vocación periodística, pues ya ‘cubría’ esos eventos.
Yo tendría unos ocho años cuando en uno de ellos, la entrega de un premio que, si mal no recuerdo, era el Guido, creado por el periodista Guido Monteverde que después conocería como colega, vi por primera vez en persona a Cecilia Bracamonte, a quien veía cada semana cantando en la tele, porque, en esos tiempos, la televsión no se ocupaba de la vida privada de los artistas, sino que les daba espacio para mostrar su talento.
Habían llegado muchos artistas, uno detrás de otro. En ese entonces no tenía una libreta ni una grabadora, sino un cuaderno para autógrafos (si, antes de los selfies, la gente pedía autógrafos a los famosos) y de repente llegó ella, la más elegante, la más guapa, de hecho era mucho más linda de lo que se veía por televisión, pero entró apurada y yo, en medio de la gente, apenas me abría paso. “Cecilia, Cecilia”, repetía y mientras la veía alejarse, mi mamá, que no podía soportar verme decepcionada, intervino para ayudarme a conseguir mi objetivo: “Cecilia, mi hija es tu admiradora, fírmale un autógrafo, por favor”. Instantáneamente la artista volteó, no sé exáctamente cómo me ubicó, pero vino hacia mí, tomó mi cuaderno, me preguntó mi nombre y me puso una dedicatoria y, como si fuera poco, me dio un beso y me dijo: “Gracias, Patricia”.
Esa era Cecilia Bracamonte. Esa es hasta hoy, que está cumpliendo 60 años de trayectoria y que siendo todo lo grande que es, no deja de decir gracias cada vez que se le hace una entrevista o una nota. Tiene la sencillez y la humildad que solo tienen los grandes de verdad, porque además de ser una gran artista es, primero, una gran persona.
Como la vida da vueltas, esa niña de ocho años, la tuvo en frente muchas veces más, haciéndole decenas de entrevistas y siempre mostró la misma calidez, al extremo de que, con el tiempo, fue naciendo una gran amistad, de esas pocas con las puedes contar, no hasta dos, ni hasta tres, como decía Benedetti, sino contar de verdad.
Hace unos días, cuando terminó la presentación del documental Energía Pura, un homenaje de la UPC Cultural por sus 60 años de carrera artística, como anticipo de su concierto de este domingo en el Gran Teatro Nacional, me preguntó como me sentía después de la reciente pérdida de mi madre. “Hay que vernos, pues”, me dijo y yo pensaba : “Es SU momento y ella está pensando en otros”.
Así es Cecilia Bracamonte. Ahora me toca a mí y a todos los peruanos decirle gracias a ella, por su talento, por su arte, por su profesionalismo, pero sobre todo, por ser como es.