Recuerdo la noche del 24 de diciembre de 2017, cuando PPK indultó a Fujimori, lo que, probablemente, fue el inicio de este espiral de inestabilidad que hasta ahora se vive en nuestro país. Faltaba muy poco para la medianoche, y la mayoría de gente de los canales ya estaba de vacaciones, pero de pronto en las pantallas de canal N, apareció Jimmy Chinchay dando cuenta de lo que acababa de pasar. Él desde el estudio y varios reporteros: unos desde las afueras de la clínica Centenario en Pueblo Libre celebrando la libertad de Fujimori, otros desde la Plaza San Martin cubriendo la marcha de los que, inmediatamente, fueron a expresar su indignación por el anuncio, nos mantuvieron informados hasta la madrugada y después todo el día 25.
Desde ese momento, ya nada volvió a ser igual. En estos cinco años, se ha sucedido un hecho tras otro, cada cual más increíble que el anterior: vacancias, presidentes de paso, marchas de protesta, elecciones desconcertantes, sesiones del congreso alucinantes, más marchas, sin contar con la pandemia y el confinamiento. Y ahí han estado los periodistas y reporteros, al pie del cañón, sin importar las fechas, sin importar la hora, sin importar, incluso, ser víctimas de agresiones no solo verbales con la cantaleta de “prensa mermelera”, que muchos políticos pusieron de moda, justamente, para desacreditar al periodismo, y que algunos repiten sin saber siquiera el significado, sino también de agresisones físicas, cuando han sido blanco de pedradas , huevos y hasta la volcadura de sus unidades móviles.
¿Por qué hablo de esto en mi última columna del año? Porque creo que mis colegas que diariamente se enfrentan a la población enardecida y frustrada que se las desquita contra ellos, así como los que han destapado la corrupción en el entorno de Castillo y también de congresistas de otros partidos, a punta de trabajo de investigación, se merecen un reconocimiento después de todo este tiempo. Esos periodistas jóvenes que están en la calle, día a día , hacen su mejor esfuerzo, pero son constantemente vilipendiados, por ese ‘público’ que, ingenuamente, se ha creído el cuento de que ellos se informan de ‘la verdad’ , gracias a las redes sociales y a los tiktokers, como si estos, cubrieran noticias o tuvieran una unidad de investigación , cuando lo que hacen es rebotar desde su celular, lo que sale en los medios de comunicación, a veces con una edición creativa, pero otras veces, con una edición manipulada que puede cambiar el contenido de una noticia.
El famoso ‘periodismo’ de Facebook, Twitter o TikTok es, en mucho casos, un peligro, porque no existe la más mínima rigurosidad periodística en un post o en una edición hecha al antojo de un usuario cualquiera. Las redes sociales están plagadas de seudo periodistas que se alucinan lideres de opinion y que, además, se sienten con derecho a juzgar a la prensa de verdad. Lo más curioso es que hay gente que cree más en ellos que en los periodistas de los medios tradicionales, porque se ha hecho mucha campaña para que así sea. Castillo, por ejemplo, les llamaba ‘prensa alternativa’ y ahora sabemos por qué.
Esto no quiere decir que muchos medios, léanlo bien: MEDIOS, no se hayan inclinado por uno u otro partido político, como suele pasar en todas partes del mundo. Eso se llama línea editorial y aunque, muchas veces lo hayan hecho con torpeza, es algo que no está en manos de los periodistas, al menos no, de los que hacen calle. Ellos, más bien, en medio de la polarización que se ha generado en los últimos años, intentan mantener un equilibrio y nos dan, en la medida de lo posble, una información bastante plural, lo cual, en momentos como este, es más que suficiente. Va pues, desde esta columna, mi reconociminto y solidaridad con todos y cada un de ellos.