Conspiraciones, traiciones, grabaciones de audios o videos, chantajes, negociaciones. No, no estamos hablando de la realidad nacional ad puertas de las próximas elecciones presidenciales, sino de la trama de una serie danesa que Netflix ha resucitado después de diez años de su difusión en la televisión de Dinamarca, con tan buenos resultados que la plataforma de contenidos ha firmado un acuerdo con la corporación pública DR para rodar una cuarta temporada de ocho episodios que se podrá ver en el 2022.
La serie se llama Borgen, que es el término coloquial como los daneses se refieren al palacio de Christiansborg, sede de los tres poderes del estado y oficina del Primer Ministro y es, para muchos, una de las mejores series de todos los tiempos, superior incluso a la noerteamericana House of cards. Lo curioso es que lleva siete años sin emitir un nuevo episodio, al punto que todo parecía indicar que se quedaría en las tres temporadas que actualmente se encuentran en Netflix.
Quien sabe una de las razones del éxito de la serie es queen tiempos en los que la política da nauseas, necesitamos más que nunca a Birgitte Nyborg, la protagonista a la que sigue esta historia desde que es candidata a primera ministra de Dinamarca en medio de una crisis porque tan solo unos días antes de la elección, el primer ministro en ejercicio, se ve envuelto en un escándalo por cuestiones personales que tienen que ver con problemas emocionales de su esposa.
Una vez en el cargo de Primer Ministra, Birgitte Nyborg, interpretada extraordinariamente por Sidse Babett Knudsen, debe tomar complejas decisiones que la ponen, muchas veces, en la disyuntiva entre gestar acuerdos para mantener el poder y preservar sus ideales en un entorno bastante hostil para una mujer, aún en pleno siglo XXI.
Adam Price, creador y productor, recrea con sutileza las interioridades de las negociaciones políticas, la necesidad de gestar coaliciones para formar gobierno, repartir ministerios, conseguir apoyos para aprobar leyes, en fin el lado más oscuro de la política, pero también el más real. Sus personajes son humanos, con contradicciones y dilemas constantes entre sus afectos y sus ambiciones, y se mantienen así las tres temporadas, pero sin caer en estereotipos, lo que hace a la serie tan verosímil.
Sin embargo, el ángulo que más me llama la atención es de la relación entre el poder y la prensa. Desde el vínculo con su asesor de comunicaciones, Kasper Juul (Pilou Asbæk, el Euron Greyjoy de Game of Thrones), hasta los dilemas éticos de periodistas como Katrine Fønsmark (Birgitte Hjort Sørensen), quien a veces, no sabe definir cuál es el límite entre la periodista y la persona. Mientras Kasper funciona como el lúcido estratega tras las sombras, Katrine se pone a prueba en varias ocasiones, sobre qué es capaz de hacer (o a qué es capaz de renunciar), por una primicia.
Creo que es una serie de visión obligatoria para todos los periodistas, que hoy celebramos nuestro día, pero que no siempre somos conscientes de la responsabilidad que tenemos, al tener el poder de comunicar algo, incluso (o quizás sobre todo) si trabajas para el gobierno, pues el saber comunicar es esencial. «Yo defino la política y tú eres el que la vende», le dice Nyborg a Kasper. Vizcarra y compañía tendrían que verla, urgente, en maratón.