Limaphoto es la única feria que tiene un nivel de clase y dignidad que admiro. A pesar de la situación de un mercado que acelera su hundimiento por una crisis generalizada que involucra a la política, a las escuelas de arte, a los coleccionistas que prefieren adquirir en ferias internacionales, a los artistas que buscan sobrevivir haciendo concesiones, y en general a la monumental incertidumbre que nos aplasta.
A esto se añaden dos ferias simultáneas en una decisión idiota que ha acelerado la crisis del mercado. La frivolidad que ellas han impuesto ha hecho que el respetable establishment cultural de antaño haya caído hasta la náusea y que la mayoría de las galerías existentes apenas puedan sobrevivir. El problema mayor lo enfrentan los artistas que deben dedicarse a actividades paralelas para subsistir. En esta última década he visto a notables egresados a los que auguraba brillante futuro, pero terminaron en la desaparición del ámbito público debido a que el mercado no los aceptaba.

Las puertas de la emigración están abiertas pero no es una fácil decisión. Después de unos tres años estudiando en el exterior el regreso puede resultar suicida, porque el país cada vez se va encerrando en sus limitadísimas posibilidades artísticas. Y los precios más elevados para un consumidor promedio no suelen exceder los US$ 5,000. Ciertamente hay excepciones pero están lejos de abundar.
Es en este contexto que Gastón Deleau se empecina por llevar adelante nuestra mejor feria y darle una dignidad que en estos momentos resulta extraña. Negado el Parque Salazar por la Municipalidad de Miraflores, aduciendo que Defensa Civil no lo permite –algo que no les creo después de todos los eventos que allí se han realizado– se optó por la Casa Prado en 28 de Julio, que a pesar de los reparos que se le puedan hacer, a mí, por lo menos, me parece un acertado lugar para hacer este evento.
Deleau cuidó hasta el mínimo detalle. Pintó los muros de morado, el color emblemático del evento. En el interior las luces rosadas, azules y violetas iluminaban la fachada, y en el patio posterior montaron una gran carpa con un espléndido diseño arquitectónico que privilegiaba el espacio.
A pesar de lo dicho esta décima versión está muy lejos de la primera. A pesar de haber atractivos como el estand de FOLA, que llevó copias de los grandes norteamericanos de la primera mitad del siglo pasado, o de los esplendidos espacios de Carlos Caamaño –lo mejor de Limaphoto– destacaba la coherencia de La Galería con unas obras cinéticas de Jacques Custer que no estoy convencido que sean fotografías, Forum y galería Del Paseo, donde sobresalían Katherine Fiedler y Vicky Aguirre… Había otras participaciones serias en Impakto y Revolver. Entre las extranjeras, la más importante era Rolf Art, con unos trabajos monumentales de Roberto Huarcaya que van más allá de la fotografía tradicional para regresar a los fotogramas que constituyen las mejores obras de Limaphoto.

Pero lamento decirlo: muchos puestos reflejan nuestra actual crisis. La pobreza de sus participaciones resulta lamentable, particularmente aquellos espacios alquilados a galerías digitales o a artistas particulares que se han reunido para poder pagar el estand. Y esto hace evidente la ausencia de un curador que garantice un mínimo de calidad. No estoy en contra de los que aspiran a exhibir una feria, pero debería haber una especial dedicada a los “independientes” que no tienen representación galerística. Como en cualquier profesión, en arte no hay democracia. O son buenos, mediocres o malos. Y hacer concesiones no resulta la mejor receta para mantener el prestigio de cualquier encuentro, por más necesitado de recursos que se encuentre.
Admiro muchísimo la decisión de llevar adelante Limaphoto a pesar de las dificultades existentes, Es un acto de valentía y de respeto al público que merece todo el reconocimiento, tanto a Deleau como a todo el personal del Centro de la Imagen. Sin embargo, todo hay que decirlo, ignoro quién fue la mente desquiciada que tomó la decisión de rendir homenaje simultáneo a Graciela Iturbide, Paz Errázuriz y Alicia Benavides. Soy amigo de esta última y la respeto mucho, pero jamás debió aceptar que la integraran junto con dos mujeres que forman parte de la historia latinoamericana, muy muy lejos de lo que su obra representa entre nosotros. Y el Centro de la Imagen lo sabe porque recién su obra se exhibe de manera oportunista en su galería.
Nuestro mayor deseo es que, a pesar del descalabro, la pérdida económica y el poco público que lograron atraer, haya una undécima versión. Después de todo no siempre vamos a estar en este albañal que nos asfixia.