Cuando el año pasado Eduardo Hochschild asumió la presidencia del MAC teníamos la esperanza de que habría una inyección de recursos a una institución que marchaba principalmente gracias a la mística puesta por sus empeñosos trabajadores que luchaban denodadamente para llevar a cabo una serie de exposiciones de mucho interés, a pesar de las obvias limitaciones económicas.
Con Hochschild todo ha cambiado para peor. El curador de su inflada colección personal –llena de malas obras–, Luis Pérez Oramas, recomendó a un colombiano con valiosa experiencia en buenos museos de Bogotá para que asumiera la dirección del MAC. La contratación de Nicolás Gómez Echeverri fue acertada, a pesar de que en el Perú hay profesionales con la capacidad necesaria para ocupar ese puesto. Dejando de lado todo chauvinismo, el nombramiento de Gómez Echeverri permitió esperar cambios positivos en la institución.
Lamentablemente no fue así. Hochschild desde el comienzo trató de llevar al MAC con un criterio empresarial, algo que parece razonable pero no estoy seguro si es acertado en un medio como el nuestro. Quizás la actual decadencia pueda deberse a que él considere al MAC como una prolongación de UTEC y que ese sea el gran jardín que le falta a ese bunker inadmisible que estropea el ingreso a Barranco.
En realidad es la UTEC la que ha tomado las riendas, ha puesto su administrador y paga los sueldos del personal. Pero intuyo que más que mecenazgo hay allí un interés por descuentos tributarios, porque la ley obliga a ese tipo de inversiones en investigaciones y promociones a todas las universidades del país. Eso puede explicar algunos de los insólitos concursos que allí se han realizado.
El acuerdo realizado por Hochschild con la fundación BBVA es de una flagrante impudicia. El módulo medio luce en su fachada las siglas del nuevo socio y el enorme muro lateral está ocupado por una gigantesca publicidad que el espejo de agua duplica. El MAC es una institución pública y nadie puede hacer en el interior lo que se le ocurra para asegurar el funcionamiento de una institución que no es de su propiedad. Ese mural es ilegal y debe desaparecer.

Sin embargo, la mayor debacle se origina con la creación del Espacio Medio en el módulo mayor que ahora queda dividido en dos partes. La cercana al ventanal, la más hermosa, la ocupa el BBVA para que la gente pueda sentarse a leer .Un disparate que malogra el mejor espacio disponible e impide que se exhiban las grandes muestras de antaño. El público no va a un museo para leer. Basta ver los grandes museos y comparar el número de gente que acude a sus bibliotecas con la que está visitando exposiciones y concluirán que el recorte realizado es un desperdicio. Esa zona bancaria pudo ocupar la cafetería previo acondicionamiento Se dirá que esta es indispensable, pero un arquitecto podría solucionar fácilmente el problema creando otros espacios para esta función.
Sin un programa de interés para el futuro y con un lastimoso número de visitantes, Hohschild ha terminado por arruinar lo que tanto esfuerzo y durante tanto tiempo hicieron quienes lo precedieron.
La actual muestra “CRÓNICAS MIGRANTES. HISTORIAS COMUNES ENTRE PERÚ Y VENEZUELA” puede ser un ejemplo de la condición del MAC. En lugar de abordar seriamente la diáspora venezolana, la curadora ha reunido obras ya exhibidas de artistas peruanos –excepcional Miguel Aguirre– y venezolanos, la mayoría de las cuales no han sido hechas con este propósito. La curadora Fabiola Arroyo Poleo ha trabajado de manera tan caprichosa que solo algún espíritu maligno caribeño puede descifrar lo exhibido. Castígala, Odo’sha.
EDUARDO LLANOS Presenta la mejor exposición que le he visto en La Galería. Su pintura, ahora totalmente plana, no rehúye el color y, a diferencia de los minimalistas en boga, él logra crear ritmos a través de las formas geométricas y, sobre todo, el color que le permite crear una volumetría virtual. Más que una pintura sensible hay aquí inteligencia pura y un saber hacer que lo convierte en un geométrico sensual, si fuera posible que existiera. Llanos acompaña su pintura con tapices que sabe hacer a la perfección, pero ahora incrusta largas agujas metálicas con las que penetra en un camino eminentemente oriental. Están también sus piezas metálicas que lo han vuelto notorio. Sin embargo, hay una obra maestra que no debe pasar desapercibida. Una piedra azul cubierta de metales puntiagudos en la que pudiera resumirse todo el conjunto de su muestra. Un artista respetable en una muestra de perfecto montaje.