Desde que se fundó la Sala Miró Quesada en 1984, nunca antes había llegado a un nivel tan bajo como en el presente año. Si descontamos los dos meses de restauración del espacio a comienzos de año, en los 10 meses se han presentado cinco exposiciones, siendo una sola de ellas rescatable. El resto era prescindible y convertía a la sala en una sucursal del Centro de la Imagen, con muestras que en otros tiempos nunca hubieran tenido allí cabida.
En el país es muy difícil ganar prestigio y es muy fácil perderlo, por eso la SLMQG ha perdido la prestancia de antaño debido a la improvisación de una gestión que ignora cómo administrar una sala. No se trata solo de esperar propuestas. La labor de un gestor es tomar la iniciativa de invitar artistas nacionales e internacionales, crear ingeniosas colectivas, exhibir propuestas que se extiendan fuera del espacio galerístico y que, a la vez, lo involucren, et al.
Estoy seguro de que Molina sabe de administración. Basta una comparación de la asistencia de la sala durante el presente año con gestiones anteriores para que saque su propia conclusión. O si quiere hacer una medición más pragmática, que revise la información publicada sobre las actividades y verá cuánto aporta a la imagen de la Municipalidad.
La responsable es María Elena Herrera, que puede ser una apta gerente de cultura, pero sus conocimientos de artes visuales son por lo menos debatibles. Basta un simple examen para comprobarlo. Su tarea en el Británico era recibir propuestas, las que luego sometía al comité directivo para su aprobación, pero nunca gozó de autonomía en este campo.

El alcalde Molina debe resolver un problema que cada vez se va agravando –es inadmisible que la sala cierre el 15 de diciembre– por no tomar una decisión al respecto.
Sépalo de una vez por todas, señor Molina. El arte no es ajeno a la política. Basta una visita por el ICPNA para que saque sus propias conclusiones.
UN ARTISTA EXCEPCIONAL
Desde su egreso de la Universidad Católica consideré a Iosu Aramburú uno de los artistas jóvenes de mayor interés. Además, él ha ido profundizando su trayectoria en diversos aspectos multidisciplinarios y profundizando un conocimiento teórico que lo hace un caso excepcional en nuestro medio.
Ahora presenta en la sala pequeña del ICPNA de Miraflores Un hombre nuevo, que parte del bajorrelieve de Le Corbusier ubicado al ingreso de la Unité d’Habitation en Marsella, en una de las experiencias más conocidas del mayor arquitecto del siglo XX. Le Corbusier renegó de la ciudad tradicional y derivó en los Grands Ensambles que para muchos constituyen una pesadilla de la modernidad. Sin embargo, en el contexto en que se realizaron –cinco de ellos en toda Francia– parecían arquitecturas de geometrías sobre praderas verdes que las hacían una especie de ciudad autónoma sin ninguna imposición ni normativas.
Los Grands Ensembles fueron rechazados por ser considerados como unas inmensas “colmenas” pero sobre todo porque llegaron a convertirse en guetos de inmigrantes. A pesar de las sustentaciones de Le Corbusier, terminó siendo un fracaso urbano que mantiene su enorme interés histórico. “La estrategia murió de indigestión, al ser estos incapaces de fagocitar miles de años de historia urbana, que enseñan que el espacio público es la auténtica e imprescindible alma de la ciudad” (Urban Networks, José Antonio Blasco).
El bajorrelieve de un hombre con el brazo alzado es el punto de partida de la Unidad que existe en Marsella. Le Corbusier, quien tenía una amplia experiencia en pintura, grabado y murales –fue fundador de El Purismo– lo usó como base para un sistema de medidas antropométricas que usaba y promovía con sus diseños. “Cuando visité el edificio me tomé, como muchos, una foto tratando en vano de hacer coincidir mi cuerpo en el relieve; me gustaba esa desconexión entre el cuerpo de ese hombre abstracto y el mío. Ese edificio, como aquellos que inspiró alrededor del mundo, era para que los habite un ser humano del mañana, un mañana que no es hoy” (Iosu Aramburú).

Ese mañana de los cincuenta fue ayer, pero este relieve es representativo de un tiempo donde la geometría inspiraba las manifestaciones más logrados del art deco tardío. Es de una elegancia derivada de las formas y de la pureza de cada una de sus partes. En este sentido es común a varios monumentos de la década, de la posguerra. De manera individual se puede mencionar a Henri Gaudier-Brzeska o Jacob Epstein, quienes realizaron extraordinarios retratos del hombre de su tiempo.
Para Iosu Aramburu, esta no es una exposición sobre el pasado. Entonces concentrémonos en la posmodernidad, otra de las utopías del siglo XX. Sin embargo, más allá del punto de partida, la obra de Aramburú tiene un poder y una coherencia que la hace eminentemente contemporánea. La seriedad y el rigor con la cual se ha embarcado en este proyecto hace de él uno de los pocos casos a tomar en cuenta aquí y ahora.