¿Es el MALI el verdadero Ministerio de Cultura del Perú? ¿Es Armando Andrade el gran poder en la cultura peruana? Es impostergable sincerarse sobre las relaciones de interdependencia entre el Ministerio y el MALI, las intervenciones en Venecia y en ARCO y la intromisión del Museo de Arte en estas actividades. Si la ambición de Andrade fue ser Ministro de Cultura de PPK ¿por qué razón existe un Ministerio de Cultura si el MALI está asumiendo muchas de sus funciones? Lo peor: el acolleramiento, la vara, la ostentación del poder, el antojadizo criterio de sus organizadores y, particularmente, la manipulación. Esa ostentación de poder destila podredumbre cada vez que se intenta profundizar en los hechos.
60´S ARE BACK!
Por lo menos en La Galería, que presenta dos muestras continuas de dos hombres que a su manera concentraron el interés de las vanguardias de los sesenta, particularmente en el Grupo Arte Nuevo, bajo la égida de Juan Acha.
Sobre ellas cabría que decir que todo tiempo pasado fue mejor, a pesar de que ambos casos son radicalmente distintos. El gran Emilio Hernández abandonó su pop de las revueltas de los tiempos y con él se fueron Twiggy, Dylan, Modesty Blaise y toda la parafernalia que simbolizaba nuestra intención de alborotar el mundo. En cambio, el regreso de Ciro Palacios a una sala se hace con obras que bien hubieran podido ser hechas cuatro décadas atrás. ¿Pero es negativo este hecho en tiempos donde las oscilaciones pendulares del arte nos devuelven a una geometría que, en la mayoría de los casos, son copias Google?
Casi 40 años después de su última exposición Palacios vuelve a una galería con Brillo y Transparencia. Para la generación que vivió el apogeo de todo el grupo y que admiró a cada uno de ellos resulta muy difícil analizar esta obra, pues luego de casi ocho lustros sus apariencias siguen siendo las mismas y las nuevas búsquedas tienden a volver a las esculturas –que debieron tener un sello casi industrial– en una pieza artesanal, entendida en el sentido más amplio del término.
Es cierto que hoy se encuentran recursos y materiales que antes no existían, lo que permite darle ese acabado irreprochable a sus relieves y los perfectos cortes con rayos láser a sus acrílicos. Pero el atractivo que se desprende de ellas permite cuestionar si el color no debió de ser infinitamente más atrevido, si los cortes no pudieron ser más audaces y, sobre todo, si no era preferible eliminar esos añadidos que otorgan sugerencias figurativas a algunas de sus piezas que, como ocurre con el “toro”, se arriesgan a rondar el kitsch.
Lo destacable de la muestra es que en medio de la avalancha de arte óptico que nos asfixia, Palacios va más allá para ingresar al cinetismo, al movimiento real –no virtual– como elemento fundamental de la obra. Y este es un mérito nada desdeñable. Desde Duchamp con sus rotorrelieves a Naum Gabo, en los años 20, cuando en su Manifiesto Realista introdujo los ritmos cinéticos y el concepto de la “percepción del tiempo real”. Sin embargo tanto Duchamp como Gabo recurrieron a motores para lograr el movimiento. Le Parc también los usó con maestría. Mientras que un artista posterior como Agam o latinoamericanos como Soto o Cruz-Diez alteraron la percepción de la obra a través del desplazamiento de nuestro cuerpo en torno a ella.
En nuestro medio el artista que ha hecho las obras cinéticas más trascendentes es Jesús Ruiz Durand, con piezas complejas e inigualables que combinan relieves con especies de trampantojos para acelerar sus ritmos. La propuesta de Palacios es diferente. Sus relieves generan un movimiento pausado, privilegiando los planos, que contrastan con las zonas de la acción con un ritmo pausado que amerita revisar.
De sus esculturas vale destacar la pieza circular donde la vagina se vuelve como la protagonista de la fecundación. Es una pieza notable que permite avizorar próximas vertientes de un artista que deberá regresar de nuevo a las salas para recuperar el tiempo dedicado a la docencia y retomar la audacia de los incendiarios de nuestra generación. Un artista verdadero nunca podrá ser un bombero.
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