Para los que amamos al cine y nos encontrábamos en 1971 en el Perú considerábamos alucinatoria la llegada de una galaxia hollywoodense para filmar un western en Chinchero. La idea parecía desquiciada, pero no lo era tanto proviniendo de uno de los mayores rebeldes de los 60, Dennis Hopper, encumbrado en el panteón de los malditos con Easy Rider, un verdadero canto a la libertad contra el peor conservadurismo norteamericano.
Chinchero era muchísimo más ambiciosa y su complejidad fue la principal razón de su fracaso en taquilla, a pesar de haber ganado la Bienal de Venecia. Hacer una película tan llena de metáforas sobre el cine y la realidad no es una tarea fácil, menos aún cuando se incorporan elementos sociales y marginales como la problemática de Chinchero, tan cercana a nosotros y tan ajena en el exterior.
Lo cierto es que una ‘mancha’ partió al Cusco, yo fui por Samuel Fullera, mi director de culto, allí estaban Elida Roman, quien por entonces creo que formaba parte de la Casa de la Cultura, y amigos como Pozzi Escot y Jorge Vignati que trabajaban en la película.
Era la época de apogeo de los hippies y todos éramos solidarios, y veíamos y nos sorprendíamos. La droga fue abundante y me preguntaba si esa no fue la razón por la cual se decidió venir al Perú, pero el sexo no fue menos escaso. Era totalmente open como narra Pozzi Escot, tanto así que al dentista del pueblo lo agobiaron para buscar remedio a los contagios venéreos.
El esfuerzo valió la pena. Olvidada en su tiempo y nunca estrenada en el Perú, este año ha sido rescatada por Amazon en una intachable versión digital en 4K que acabo de ver. La adquisición de la película con subtítulos por el ICPNA y su proyección el pasado martes, muestran los bríos que ha dado la institución desde que Alberto Servat asumiera su dirección cultural. Gran decisión.

HOMENAJE A EDUARDO MOLL
La Galería rinde homenaje a un hombre que participo muy activamente en nuestro ámbito cultural. Fue crítico de arte, escribió y editó un conjunto de libros necesarios para la bibliografía del arte peruano. Fue un artista de la vanguardia de los años 60 y sobre todo fue el mejor grabador en metal que haya tenido el Perú.
Las aguatintas que allí se exhiben son de un nivel superior y quizás toda la muestra debió de girar en torno a sus grabados. Pero esta obra haría una superlativa retrospectiva en el novísimo Museo del Grabado del ICPNA. El resto de la sala tiene notables monotipias, muchas expresionistas y unas cuantas que permiten recordar a Miró.
Moll abarcó muchas facetas, una de ellas fue la de galerista de artistas consagrados y siempre fue un placer pasar por su espacio cuando uno se dirigía a ver alguna muestra en Forum. Allí siempre encontré alguna obra maestra en espera de algún comprador inteligente.
En la sala mayor esta toda la obra geométrica más conocidas de los últimos tiempos acompañadas de unas serigrafías inéditas. Sin embargo, para un hombre tan prolífico el espacio no permitía una retrospectiva que deberá realizar una institución mayor.
INVASIÓN BRITÁNICA 2.
La nueva versión de la Invasión Británica, es como ocurre con todas las segundas partes. La primera siempre suele ser mejor. En el caso actual hay el mismo espíritu anárquico de la curaduría que es paralelo al de la mayoría de los grupos que surgieron en aquellos tiempos, muchos de ellos ignorados por los millennials. Pero salvo excepciones, ninguno de los nuevos ha logrado superar a los íconos de los 60, que como toda esa generación estaba segura de que íba a cambiar el mundo, hasta que los años acabaron con todos.
La versión actual carece de cuadros del nivel de antaño y se excede en formatos pequeños y prescindibles, por eso más que ser exclusivamente una muestra sobre los 60 es también una exposición de artistas poco conocidos, muchos de ellos marginados por un mercado sin rumbo, que va camino al despeñadero.
Ciertamente hay cuadros destacados como el de Elías Prager –quizás lo mejor de la muestra– en el The Who. La Twiggy de Jaime Higa es destacada o la Marianne Faithful de Alejandra Delgado que también merece mencionarse.
Hay dos factores que destacan en la muestra: Libertad –no se si bien entendida– y solidaridad generacional y eso es un riesgo mayúsculo que ha asumido su curador. A pesar de ser un hombre que domina a la perfección el tema abordado y que tiene los conocimientos necesarios para hacer una muestra más austera sus resultados terminaron fallidos.
Esta serie de la invasión Británica debe continuar abarcando otras disciplinas. Particularmente el cine, que curiosamente se desarrollaba de manera paralela a la nueva ola francesa, la moda y todo el zeitgeist de los swinging sixties. Higa que es un hombre culto y bastante informado debería de dar el salto y explorar las demás vertientes de ese Londres salvaje al que tanto admiramos en la década más revolucionaria del siglo anterior.