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Algo va a Pasar

Por: Luis E. Lama | “Una muestra contundente, inteligentísima, en la que no hace concesiones”. Ensamblajes y tapiz de Miguel Aguirre y Elvia Páucar. Encuentre usted las siete diferencias. Fotografía de Juan Pablo Murrugarra.

lunes 23 de septiembre del 2019
en Artes & Ensartes
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En medio del desencanto que cunde en el mundo del arte debido a la mediocridad imperante, donde la frivolidad tiene la primacía sobre el talento y lo comercial se impone a lo intelectual porque la supervivencia así lo establece, se presenta Miguel Aguirre con una muestra contundente, inteligentísima, en la que no hace concesiones de ningún tipo –nunca las ha hecho– para analizar de esta manera la historia desde Leguía hasta la actualidad.

El artista parte desde lo neocolonial, estimulado por el gobierno de la época, debido a intereses que buscaban aplastar las acusaciones de entreguismo y a traer a Piqueras Cotolí, el que hizo la increíble  fachada de la Escuela de Bellas Artes que en manos de un arquitecto menos dotado hubiera resultado alucinatoria.

Piqueras Cotolí también se iba a hacer cargo de la refacción del incendiado Palacio de Gobierno justo antes del Primer Centenario pero esta trabajo fue concretado por otro arquitecto que siguió los principios de ese estilo neoperuano que terminaría aplastado en 1947 con el Manifiesto de la Agrupación Espacio encabezada por Luis Miró Quesada Garland. Aquí sí pasó algo. Y fue trascendente. Cambió la arquitectura y se introdujo el arte abstracto terminando con la hegemonía indigenista. Se inicia entonces la polémica más alta que haya tenido la historia del arte peruano en la que participaron artistas e intelectuales cuestionando qué era el arte peruano. Preguntas que hasta ahora no encuentran respuestas porque sencillamente no las hay.

Este es el contexto político del que parte Miguel Aguirre para una exposición en Galería El Paseo, en la cual no hay respiro para dejar de cuestionar nuestro pasado y a nosotros mismos. Lo refuerza con un díptico que pudiera servir como punto de partida. Tomando las páginas 121 y 147 de la Historia de la corrupción en el Perú (Alfonso Quiroz)  comienza a tachar palabras para resignificar un texto que convierte en subversivo y sorprendentemente contemporáneo. A nivel conceptual es una de las obras más destacadas de la exposición. Esta visión política se expande al gran tapiz con el rostro de los últimos seis presidentes previos a Vizcarra que están en las láminas escolares y los reúne bajo el título Encuentre usted las siete diferencias. Y aquí encontramos otra clave para la lectura de la muestra. Si solo hay 7 diferencias, entre los presidentes de 1990 a 2018 hay más similitudes que los unen en un solo bloque –el tapiz– que sirve como una mordaz denuncia a la corrupción.

El caudillo. Óleo de Miguel Aguirre. Foto de Juan Pablo Murrugarra.

Aguirre, que es un magnífico pintor, ha venido trabajando desde hace un tiempo con Elvia Páucar, una tapicera heredera de una gran tradición que con el artista ha llevado a términos incomparables en nuestro arte contemporáneo. Es una conjunción extraordinaria del arte popular del más alto nivel con las vanguardias de las dos primeras décadas del siglo anterior. El tiempo aquí no existe. Es una invención del artista que lo utiliza a su manera para los propósitos que él persigue. Los resultados son extraordinarios.

Ciertamente hay otras obras memorables, como el cuadro dibujado a tinta que luce como un tapiz y las dos instalaciones-ensamblajes que lucen como un teatro liliputiense donde el animal se mira al espejo y detrás de un soldado encubierto por esa cortina floreada y de otro lado el batallón separado por una pared del animal que lo ignora. Son obras cuya simbología puede ser críptica para los ajenos a la historia y los lenguajes del arte. Sin embargo, resultan tan audaces en su visión que rompen todos los clichés de encasillamiento en su definición. Más que obras para coleccionistas son piezas indispensables para un museo que deben permanecer a la vista de los espectadores. ¿Pero de qué museo hablamos? ¿El MAC? Según un boletín de Ginzberg, ha comprado una escultura del gran Aldo Chaparro, algo que nadie cree por la precariedad económica de la institución. El MALI es el destino ideal de estas piezas que dan un testimonio trascendente de la situación que atravesamos.

En la segunda sala están las instalaciones de los soles patrios, la pateada pelota blanquirroja y, sobre todo, un cuadro excepcional, ese caudillo fantasma que cabalga sobre la tela y que debemos apreciar con detenimiento para que nuestra retina se acostumbre a la oscuridad y pueda distinguir con precisión las formas en un acto paralelo a la meditación, que es el mayor ingrediente de esta muestra imposible de aprehender en una sola visita.

Algo va a pasar.

LA NO-VERDAD FRANCESA

Confundir la posverdad con la mentira es muy grave, sobre todo cuando se hace en un acto público como una muestra colectiva realizada con el disfraz de un concurso que no cumple con los propósitos que debiera tener un evento de esta categoría. Poner tema a una muestra es una trampa, pues cada artista hace lo que mejor le parezca y siempre la podrá sustentar a pesar de que el espectador la rechace. La Alianza Francesa no tiene derecho a engañarnos con esta veleidad. El único participante que cumple plenamente los requisitos es el extraordinario Hernán Hernández Kcomt con un trabajo que merecía una individual en todo el CCPUC. Que el premio incluya una muestra en la galería de la Alianza es otra tomadura de pelo francesa.           n

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